Pregón Juan Jesús Moreno Castán. 2013
PREGÓN SEMANA SANTA
Buenas tardes.
Muchas gracias Carmen por tus emotivas y amables palabras de presentación, llenas de cariño y afecto hacia mí. Como te decía hace unos días, todavía no se cómo voy a hacer este pregón. Gracias por haber sido un ejemplo al igual que todos tus antecesores.
Reverendo Padre Don Juan Manuel Ortiz Palomo
Ilustrísimo Sr. alcalde don José Luis Torres Gutiérrez
Hermanos cofrades
Familiares, y amigos todos en el Señor
Quisiera comenzar dando las gracias a Vanesa y a mis hijos, la familia que gracias a Dios construimos cada día. Quisiera dar las gracias a mi madre que junto a mi padre han cuidado y posibilitado que la semilla que un día dejaron en mí, en el bautizo, arraigara y creciese. Ellos han sido para mi, en su día a día, un gran ejemplo de fe y de entrega en el matrimonio. Ellos me han enseñado lo que es la Semana Santa de aquí, que hay que vivirla con dignidad y que no es nada folklórica. Gracias mamá, gracias papá, que seguro que me estás escuchando.
Me encuentro aquí, delante de Uds., con la alegría de estar en mi pueblo. Con la gente que me ha visto crecer y hacer una familia. En la parroquia donde he vivido grandes acontecimientos en mi vida. Estoy alegre, pero me siento con una responsabilidad inmensa. Me siento con un peso sobre mis espaldas muy grande. Muchos consejos he pedido: qué decir y cómo decirlo... Todos al final, me decían que fuera yo mismo, que hablara desde el corazón lo que es para mí la Semana Santa de Cómpeta, la semana de Pasión, Muerte y Resurrección de Ntro. Sr. Jesucristo. A todos agradezco esas palabras y ánimos.
Quisiera hablar de muchas cosas y no se por donde comenzar.
Puedo hablar de la labor de estos cofrades que dedican su tiempo para poder hacer “viva” la Semana Santa de Cómpeta con estos ejemplos de catequesis que son cada imagen. Preparar las imágenes, los tronos, las flores, vestir las imágenes… Buscar los socios y recaudar fondos, que en los tiempos que estamos pasando, seguro que es cada vez más difícil. En resumen, gente trabajadora y entregada que gracias a ellos podemos ver desfilar las imágenes por las calles de nuestro pueblo. Podemos salir con alguna manda detrás con nuestra vela, o ir bajo el trono arrimando el hombro, o ir acompañando con la música, como muchos años yo he podido hacer. Gente que quizás por herencia familiar, por la fe, por devoción… llegaron a la cofradía. A todos vosotros muchas gracias por hacer posible la Semana Santa de Cómpeta, que para mi esté donde esté, siempre diré y presumiré, que el mejor sitio para vivirla es aquí, mi pueblo.
Todo esto comenzó con la llamada de mi querida amiga Aurora Fernández, mientras yo estaba en mi coche después de una visita comercial. Lo primero que se me pasó por la cabeza es un NO, que yo no soy capaz, ¿cómo puedo compararme a los que lo han hecho otros años?, si tan solo soy un comercial. Yo no soy nadie relevante en la vida del pueblo, tampoco tengo méritos profesionales, ni siquiera tengo un papel destacado en la Semana Santa de Cómpeta. Quizás lo único, es que he visto desde pequeño a mis familiares cofrades, como por ejemplo a mi tío Félix, prepararse para salir a las calles con sus imágenes. Tal vez, esto nos hacía un poco de cofrades a toda la familia. Es verdad que desde pequeño, he participado en las procesiones: he acompañado con la música, he vestido mi túnica de nazareno y he podido acompañar a mi padre en el Vía Crucis, el cual, siempre quería que le diese la solemnidad que merece el mismo, comportándome y cantando. Curiosamente, él se sabía todas las estaciones de memoria cosa que yo no las he aprendido, y sigo utilizando el papel.
Le decía a Aurora que no soy como los que otros años lo han hecho, ¿quién soy yo para hacer esto?. Las piernas me temblaban, pero después continué con un, “me lo pensaré”. ¡Cuántas veces he estado aquí arriba y no he sentido tanto temblor como puedo sentir ahora mismo! Y además, avergonzado. Avergonzado porque están ustedes ahí, escuchándome, cuando no puedo contarles nada que ya no sepan. Es más, sería yo el que tendría que bajarme de aquí y aprender de su experiencia, de sus vivencias. Sois vosotros, que habéis vivido más que yo, los que deberíais explicarme a mí qué es la Semana Santa de Cómpeta.
Cuando continúo la reflexión, recuerdo tan solo una cosa. Si la Virgen María hubiese dicho que NO, ¿qué hubiese sido de mi y de todos nosotros que estamos aquí?... Porque todo esto comienza con la valentía de la Virgen María al decir SI al Arcángel Gabriel. ¿Acaso lo suyo era más fácil que lo que me toca a mi ahora?, imposible, ella lleva en su seno a Jesús, el hijo de Dios, Dios hecho hombre. ¿Quién soy yo para decir un no, por miedo al qué dirán o al cómo lo haré?. Después de pensar esto, lo único que se me ocurrió es rezar a la Virgen y leer el salmo 127, “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores”. Porque verdaderamente es Él, quien me guía a hacer esto…, y no yo.
Se acerca la Pascua, en este tiempo los judíos acudían a Jerusalén. Los competeños volvemos a nuestro pueblo para poder pasar este tiempo en nuestra tierra. Y los que están aquí, ya tienen todo listo, las calles limpias, los tronos preparados y con los ramos de olivo y las ramas de palma cortadas. Para así, poder coger las ramas de olivo y las palmas y gritar ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!.
Muchas veces pienso si seremos como las hojas de palma, que se doblan dependiendo de donde vaya el viento, que se dejan llevar, que el compromiso pronto se olvida. A Dios, nuestro Padre le pido que así no sea. Él me deja en mi libertad para que yo escoja que aire quiero tomar. Aún así, Padre no permitas que los “aires” me separen de ti.
Cada Domingo de Ramos, comenzamos la mañana en la ermita de San Antón, con la hermandad Ntro. Padre Jesús en su Entrada Triunfal en Jerusalén. Y ya está todo bien dispuesto. Ya Jesús está en lo alto de la asna o de la borriquita como decimos aquí. Empieza a cumplirse lo anunciado por el profeta: No temas, hija de Sión; mira que viene tu rey montado en un pollino de asna. (Jn 12, 15)
Acompañamos la primera parte de la celebración del domingo a Jesús en esa borriquita con alegría y entusiasmo. Algunos miran diciendo ¿quién es este?. Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. Es el que perdona los pecados, es mi salvador, es el que siempre está a mi lado.
La calle está engalanada dando una bienvenida digna al que viene en nombre del Señor. Jesús hace la entrada en nuestro templo. Esto me recuerda a la entrada de Jerusalén donde muchos se habían convertido, donde había hecho milagros, la misma ciudad donde la gente humilde y sencilla conocían sus palabras. Igual que nosotros hoy aquí, nos ha sucedido todo esto en este mismo lugar. Hemos conocido su palabra, lo hemos tenido a nuestro lado desde que nacimos y ha estado con nosotros en los grandes acontecimientos de la vida de un cristiano.
¡Qué gran imagen la de este domingo! Es el mismo rey que viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna. Siendo Jesús todavía niño, en su viaje a Egipto, con María y José lo realiza a lomo de un asno. Ahora entra triunfalmente en nuestra vida en una burra. Jesús lo escoge quizás, para mostrar la necesidad de la humildad. Animal despreciado por su ignorancia, fácil objeto de burla. Pero hay que escogerlo como compañero en este viaje del cristiano. Porque la fe requiere humildad y sencillez.
Terminada la celebración de la Eucaristía, donde se proclama la Pasión del Señor, que nos anuncia qué va a suceder en estos días. Nosotros seguimos aclamándolo en procesión, acompañando a nuestra borriquita desde el templo hasta la ermita San Antón.
Siguiendo el relato del Evangelio, estando ya en Jerusalén, se acercaba la fiesta de la Pascua. Satanás, el diablo, se adueñó de Judas Iscariote. Judas acordó con los sumos sacerdotes y la guardia el entregar a Jesús a cambio de dinero. Ya las autoridades judías le miraban con mucho recelo. Jesús movilizaba masas, era un peligro que podría quitarles la autoridad, los privilegios. Así que sacerdotes, escribas y fariseos ya habían sentenciado a muerte a Jesús.
Los preparativos para la Pascua estaban listos, al igual que nosotros durante este tiempo de Cuaresma, nos hemos preparado contra el pecado, con el arrepentimiento, el perdón y la penitencia. Hemos hecho ayuno y abstinencia, para disponer nuestro corazón y celebrar la gran fiesta de Pascua.
El lugar donde Jesús se disponía a cenar con los doce estaba dispuesto. Jesús en la noche que Él sabía que iba a ser entregado, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo el pan y el vino. Tomó Jesús el pan y vino, dio gracias, los bendijo y se los dio a sus discípulos diciendo las palabras, que en cada celebración eucarística se nos dice. En el momento de la consagración, el mismo Jesús se hace presente y se nos dirige a nosotros, tomad y comed todos de Él, tomad y bebed todos de Él. Nosotros participamos igual que los 12, en ese momento de la Eucaristía. Les mandó a sus apóstoles que ellos y sus sucesores también lo hiciesen en memoria suya.
Momento especial, el Jueves Santo, donde en la celebración eucarística, además recordamos el gesto del lavatorio de pies, algo tradicional en la cultura Hebrea. El apóstol Juan comenzó su relato del lavatorio de los pies, con las siguientes palabras: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. ¡Esto es! El lavatorio de los pies es un acto que expresa el infinito amor que el Señor tiene hacia cada uno de nosotros. ¡Por cada uno y por todos! Quiere que caminemos con Él y ser como Él en su santidad, amor, y servicio humilde, entonces lograremos participar de su gloria en el futuro. ¡Recibamos su amor con un corazón agradecido y repartámoslo a los que nos rodean!
La entrega del Señor nos invita a ser como Él. Para ser como Cristo se requiere abandonar nuestros caminos pecaminosos del pasado, y orientar toda nuestra vida hacia Él,… pensando como Él,… sintiendo como Él,… actuando como Él,… en la confianza cierta de que nos acompaña en lo cotidiano de nuestra vida. Tenemos que cuidar nuestros pies del mal cumpliendo la Palabra de Dios, ya que su Palabra es “antorcha para mis pasos, luz para mi sendero” (Salmo 119, 105). A través de la constante ayuda de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo, podremos ser como Cristo, y caminar juntos con Él en nuestro viaje diario al cielo. Y es que para nosotros, para un cristiano, este gesto significa servicio, humildad y amor.
Después realizó muchas enseñanzas a sus discípulos, pero además, les dio un mandamiento nuevo. “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”
Terminada la cena, Jesús y sus discípulos se marcharon a orar al huerto de Getsemaní. Allí Jesús, hombre como nosotros, siente el miedo a la muerte, angustia, pavor, tiembla ante el destino que le esperaba. Tal es la situación, que de su rostro brota sudor y sangre, sin embargo, acepta la voluntad del Padre.
“Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú”. (Mt 26, 39)
Llegaron unos soldados siguiendo a Judas y con él mucha gente armada con espadas y palos. Judas, el traidor, entrega a Jesús con un beso... ¿Cuántas veces Señor te entrego yo?... ¿Cuántas veces te entregamos nosotros? ¿Cuántas veces te negamos y preferimos 30 monedas de plata? Dios mío, ten piedad de mi porque nada me diferencia de ellos, de los que te apresan y te entregan. ¿Quién no prefiere hoy día al dinero antes que a Dios? También aquí siento mi culpabilidad, soy como Judas y también lo entrego a los fariseos.
En la oscura noche de Getsemaní el discípulo traiciona al maestro. El disgusto, la tristeza, el desconcierto de los amigos que estaban allí, parecía multiplicarse por cada hoja de olivo. ¡Cuánta impotencia la de esos pescadores que perdían a su Señor!. ¡Cuántas veces Señor, hemos engañado a nuestros semejantes, cuánta veces los traicionamos!
Jesús es apresado, llevado ante Anás y después a Caifás. Donde se burlaron y le golpearon, donde fue interrogado si era el Cristo, si era el Hijo de Dios. Llegó el momento esperado por sus enemigos, por los que le temían, el momento del ajuste de cuentas. ¡Cuánto se alegrarían ellos en este momento y con ellos el diablo! Estaban ya predispuestos a matarlo, tan solo buscaban una excusa para condenarlo, cualquier motivo. El juzgarlo era tan solo una pantomima.
Ahí va Ntro. Padre Jesús Cautivo, el Galileo, de camino a la muerte, a su juicio. Padre mío, te miro y no puedo parar, solo quiero oír tu aliento, quiero oírte porque solo tú hablas cuando todos callan, eres mi amigo el que nunca me falla, y antes mis caídas… me levantas. Y ahora te veo ahí Cautivo, azotado. Veo cuánto me quieres, que tu sufrimiento empieza para darme la vida eterna.
Sin darme cuenta, entramos en el camino de Jesús hacia la Cruz, en la primera estación del camino hacia la muerte. Importante este momento en nuestro pueblo el Viernes Santo por la mañana. El Vía Crucis de “los hombres”, donde vamos a acompañar a Jesús, cargado con su cruz hasta el Gólgota. En este momento lo acompañamos, al igual que tantos hombres, mujeres, niños, y ancianos de todo el mundo y muchos paisanos nuestros que llevan su cruz. Nosotros también llevamos la nuestra, pero con su ayuda mucho más fácil, más llevadera porque Él ya carga con nuestra cruz. Para mí, este año será muy especial, porque será el primero que mi hijo me acompañe en las estaciones finales. Serán sus primeras experiencias en esta tradición que tiene nuestro pueblo y con ello espero poder sembrar una semilla de tradición y lo más importante, de fe.
El Vía Crucis nos conduce a la hora de su triunfo y quizás para algunos, un extraño triunfo, porque de su muerte en la Cruz, nace la vida y el amor. Y nosotros celebramos justamente este triunfo que derrota a la misma muerte.
En ese camino hacia la Cruz, conducen a Jesús ante Pilatos, con intención perversa, para que lo juzgara con la ley romana y lo condenara a muerte. Pilatos después de interrogarle y ver que no había hecho nada malo, mandó a azotarle para así contentar al pueblo y que se olvidaran de la condena que ellos pedían.
Había una columna en medio de la plaza donde lo encadenaron y verdugos con látigos, varas, cuerdas y el flagellum romano se ensañaron como si se tratase de un trozo de carne sin vida. Allí atado, empiezan a pegarle, comienzan a desgarrar la carne de la espalda, brazos, pecho y todo lo que fuese golpeado con los numerosos instrumentos de tortura. Golpean en la cara, le patean, lo arrastran por el suelo y nuevamente es atado a la columna, todo esto en infinidad de ocasiones. Ni un solo quejido…, ni una palabra…, ni lamento….
Que grandeza tiene Ntro. Padre Jesús Atado a la Columna en este momento, orando, aguantando por el amor al Padre y por nosotros estos dolores, todavía con un cordel al cuello y a la cintura, por donde los soldados y verdugos tiraban de Él, como si de una marioneta o un animal se tratase. Continuando con la burla, trenzaron el espino y realizaron una corona que clavaron sobre su cabeza, y ridiculizándolo lo proclamaban Rey de los judíos. No sabían la gran verdad que estaban proclamando.
Un millar de velas encendidas son lágrimas de llanto por el dolor del Cautivo, Cautivo de amor y de pena. Un millar de gotas de sangre caen por su cuerpo y son miles de dolorosos azotes que nos recomen el alma. Un millar de púas hilvanan su frente y nuestro corazón se cae como pétalos secos de una flor… al ver su dolor. El que lo mira siente la flagelación en su cuerpo y se quema con el dolor de Jesús humillado, de Jesús apaleado, de Jesús azotado atado a la columna.
Después de esta horrible tortura, de las palizas, de nuevo lo presentan ante Pilatos, donde Jesús, es condenado a muerte. El que entró victorioso aclamado como rey, como el mesías, ahora molesta. El poder tiene miedo de toda la fuerza que sus palabras y enseñanzas podían tener. Tanto amor por el otro, les denuncia a todos, al sanedrín, Herodes, Judas… se sintieron amenazados y acusados por Jesús y por eso lo eliminan. Hoy todavía el mal puede con el bien, la mentira sobre la verdad y el odio contra el amor. ¿Con quién estoy yo?...
Jesús, carga con la cruz y la abraza. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, permaneció mudo, y no abría la boca (Is 53, 7)…
¿Quién no se identifica con la carga de la cruz?.... La enfermedad, la pobreza, la angustia, el hambre, los asesinatos, los abortos, el preso, el esclavo del pecado… todos van en esa Cruz. Ayúdame Señor con mi Cruz diaria y que con ella pueda dar amor al Padre y a los hermanos, permíteme apoyarme en ti y que seas quien lleve mi vida.
¡Miradle!, ¿ese es el Rey de los Judíos? ¡Solo es un nazareno con la cruz…! Es Ntro. Padre Jesús Nazareno
Por el perdón de los hombres
camina hacia la muerte humildemente
el Rey de reyes, Dios omnipotente
que nos visitó por pecadores.
Humillado y apaleado por la masa de villanos,
camina al calvario trabajosamente,
sangre le tiñe de color la frente:
¡Acaricia y abraza la Cruz con las manos!
Por tu pasión y muerte y los rigores
de tu amarga, cruel y lenta agonía
y de la Virgen Madre de los Dolores.
Es y será siempre protección y guía
de nuestro corazón de devoción lleno,
Nuestro Padre Jesús el Nazareno.
Y en su caminar… Jesús cae… Toda la fortaleza de Dios se hace debilidad en el hombre. Cansado, con dolor, tanta sangre perdida, molido, destrozado, en soledad. Sin quejarse saca fuerzas, se pone en pié y aplastado por el peso, encorvado, da un paso, después otro, otro, otro y otro más, quiere llegar al final. En la vida hay muchas contrariedades, nuestro proyecto de vida cambia diariamente, porque pensamos que es nuestro y no de Dios. Continuamente me pregunto… si dejo Señor, que mi vida sea tu proyecto o el mío.
A su alrededor hay insultos, le escupen, le apedrean, le odian, muchas caras que quizás antes estaban satisfechas a su lado. Entre todas, una cara destaca, un rostro diferente, el de su Madre. El rostro de María desolado y triste es surcado por unas lágrimas de amor y dolor infinitos. Enfrente, otro rostro sucio y ensangrentado, de labios que están resecos, desquebrajados y amoratados. María llena de dolor al ver a su hijo. Cogida al brazo de Juan para no caer al suelo de tanta pena y dolor. Quizás María cerraría los ojos, no para no ver a su hijo, sino para orar por lo que está sucediendo y por nosotros. ¿Estoy yo con María al lado de Jesús? ¿Me molesta acaso el que me reconozcan como cristiano?. ¿Huyo del pobre o del que me necesita? ¡Cuántas veces hemos podido abandonar al que más lo necesitaba, cuántas veces retiramos el hombro cuando nos duele el peso del dolor ajeno!
Y ahí está el hombro de Simón de Cirene, que a la fuerza, ayuda a llevar el peso de la Cruz de Jesús, que ya no anda, sino que se arrastra. Un hombre que venía de trabajar lo meten en esta historia. A Simón le llegó la cruz como siempre, fastidiándole todos sus planes. Sin darse cuenta se estaba cumpliendo lo que Jesús dijo; si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día y sígame. (Lc 9, 23). Simón de Cirene, comenzaba el aprendizaje de cargar con la cruz, ahí detrás de Cristo sin quererlo ha sido el primero en cumplir sus palabras. El Hijo de Dios, le ha hecho participar en su obra de salvación. Desde entonces en la historia ha habido muchos cirineos llamados para llevar la cruz junto a Jesús.
Una de las mujeres que siguen a Cristo no se resiste al verlo sufrir. Se abrió paso entre la muchedumbre y soldados. Se acercó y con su velo, limpió el rostro de Jesús de sangre, sudor y salivazos. La Verónica, mira a Jesús con tristeza mientras le limpia el rostro. Nadie más da su aliento al Dios abandonado, nadie más le abraza, nadie más le consuela. Tan solo, aquella mujer, ajena al qué dirán de sus vecinos, se lanzó para ayudar al más pequeño, al condenado, al marginado, al que nadie quiere, al necesitado, al borracho, al drogadicto, al tirado en la calle… Jesús no permitas que piense que yo no puedo hacer nada por ellos.
Y Jesús vuelve a caer, como nosotros tantas veces. Seguimos cayendo y caeremos cada día porque nuestra cruz nos pesa y mucho. Jesús nos perdona porque vino a salvar, nos pide humildad en reconocer nuestros pecados. En cada una de nuestras caídas debemos de apoyarnos en nuestro cirineo, en Jesús para poder continuar.
Dice San Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.” (Flp 2, 6-8). Hay que despojarse de nosotros mismos, de nuestra propia voluntad para hacer la de Dios, humillarnos bajo la cruz. La cruz, es la llave que nos llevará al cielo. Jesús había dicho que Él no había venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate (Mt 20,28). No hay que tener miedo aunque el camino de nuestra vida sea difícil. Nosotros en nuestras caídas, aprendemos a levantarnos con Él, las veces que haga falta. Siempre está su mano para ayudarnos. Entre el griterío de la gente, todavía se puede oír, ¿de qué te acusan Nazareno, cuál es tu pecado? Pero de sus labios, secos de la sed y del calor solo puede decir, “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.
Sus palabras llegan a las mujeres: “hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco? (Lc 23, 28.31). Incluso ahora con el dolor, las heridas abiertas, con la sed, con los huesos casi rotos…. Jesús, como siempre, pendiente a los demás. Se fija en esas mujeres y las consuela advirtiendo que no lloren por Él sino por su pueblo porque vendrán días malos. Dios mío, hazme sensible para ver a todo el que sufre.
Llegado al Gólgota, Jesús es despojado de sus vestiduras, los soldados se la arrancan de su piel. Jesús casi desnudo, su cuerpo da espanto verlo. Aun mientras algunos se ríen y le insultan, Él obedeciendo a la voluntad del Padre no pone ninguna pega. ¡Cuánto amor tiene por el Padre y por nosotros! Ayúdame Jesús a despojarme de mi egoísmo y de todo lo que me separe de ti.
Mirad por un momento el sufrimiento de una madre por su Hijo. Contemplad a Ntra. Sra. de los Dolores…, sus ojos…, su cara…, sus manos…, esa expresión de dolor… mirad esas santas lágrimas… Llorar no es nada malo cuando el motivo es Santo, no es signo de debilidad,… es signo de Amor. Bordado por el dolor tiene el corazón, de llanto se inunda su alma. ¡Cuánta belleza hay en su cara dolorida!. Se llevaron preso a su único hijo para matarlo. Ella mirando al Padre, saca fuerzas para seguir los pasos doloridos de su Hijo, paso a paso, poco a poco, con su corazón roto que arde de Amor. Tan solo tu palio se oye, porque a tu paso, silencio tenemos con la madre que el Hijo pierde. Al verte tu pena se hace también mía, deja que llore por ti y contigo Virgen de los Dolores. Tu eres lucero que nos guías.
En el calvario ya solo se oyen los martillazos, que cada vez, hunden más los clavos, después de atravesar las manos y los pies del Señor. Martillazos que son por mí, por mi culpa, por mi salvación, por todos nosotros y por los que vendrán. ¡Dios mío, cuánto sufrimiento por el amor que nos tienes! ¡Cuánto dolor sufres para salvarme a mí, a todos!
Cuando es levantado en la cruz, desde allí me contempla, observa a los que le rodean, entonces y hoy… y sabe que le vamos a fallar, a olvidarle, a traicionarle… Él, de todos modos quiere aún dar su vida por la mía, por la nuestra. Y le quedan fuerzas para decir “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! (Lc 23, 34). Para poder resucitar antes hay que morir y aún antes sufrir.
Todo se ha consumado, Jesús muere en la cruz. Dios es hombre y como hombre durante horas sufre, agoniza y muere. Junto a la cruz estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás y María la Magdalena y cerca el discípulo que tanto quería. Colgado de un madero, desnudo y destrozado, el hijo de Dios siente el abandono más absoluto cuando lanza al aire su último suspiro de aliento:
"¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)... Después llegada la hora, gritó: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 45), al momento expiró. La tierra tembló y la cortina del templo se rasgó de arriba abajo. Antes pudo convertir al buen ladrón que se encontraba a su lado, también a perdonar a los que le mataron y dejar a su madre al cuidado de Juan, el discípulo amado.
Jesús no pierde su vida, nos la da. Nos ama hasta el extremo de morir por nosotros. ¡Cuánta generosidad!. Señor, no me permitas ser egoísta y concédeme la gracia de serte fiel hasta mi muerte. ¡Dame la fe Señor, para poder decir que en tus manos, Padre, encomiendo toda mi vida!. Dame un corazón como el tuyo para comprender al que sufre y perdonar al que me hiere.
La cruz ahora es sinónimo de muerte. Vemos al Santo Cristo Crucificado, al hombre colgado en la cruz, nuestras lágrimas recorren sus venas, sus tendones en tensión, sus costillas, sus músculos apaleados y aplastados. Sentimos el dolor de sus manos y pies taladrados. Su costado atravesado, nos escuece como si fuese el nuestro. Se ha apagado nuestra luz, nuestro lucero. El camino de nuestra vida ya no es nada seguro. La flor que nos alegra el día, se ha secado. Nuestra fe, parece irse con su sangre... Ese es el desánimo de los que sufren enfermedades, de los que ven que no pueden salir de su angustia, de los que son perseguidos, del necesitado, de los hambrientos, de los condenados, de los desesperados...
Señor, que no se agoten y que recuerden tus palabras:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos”.
Jesús es bajado de la cruz. José de Arimatea un hombre justo, se presentó ante Pilatos y reclamó el cuerpo de Jesús. Lo conceden y descienden de su cruz a Jesús. Pocos había allí para recoger su Cuerpo, María Magdalena, Juan, quizás algún otro discípulo y como no, su madre, María. Ninguno de los evangelistas hablan de este momento, nosotros tenemos la suerte de verlo en Ntra. Sra. De las Angustias. Una cruz vacía, rasgando el cielo. Un sudario cubre inútilmente el madero desnudo. Bajo la cruz, la madre sosteniendo al que antes era todo y pura vida. Su único hijo, su vida, su consuelo. María no puede guardar su pena, ya le desborda su tristeza, no puede contenerse… Y será el regazo de su Madre el que, en la soledad de su silencio, sostenga al hijo de sus entrañas, muerto por amor a los hombres, porque fue la Virgen María, la llena del Espíritu Santo, la Sin Pecado Concebida, donde Dios se encarnó para que su Hijo que es Dios, naciera de su vientre purísimo y siendo un día hombre fuera el Redentor de la humanidad.
María besa el cuerpo destrozado de su hijo, sus ojos miran al cielo porque ya en la tierra no tiene alegría ni consuelo. ¡Cuánto amor hay aquí en María que no huye del sufrimiento, que se deja llevar por la voluntad de Dios, para el que nada es imposible! ¿Puede existir dolor más grande que el de esa madre?
Después acompañamos al Santo Sepulcro por el camino que José de Arimatea nos indica. Un sepulcro lleno de nuestra esperanza, de nuestra alegría, de nuestros proyectos, de nuestras amistades, de nuestras familias… Día a día tenemos algo que llevar ahí en el sepulcro. Pero esto no nos tiene que entristecer la vida, tenemos que tener presente que con la voluntad del Padre todo es posible, que tan solo Él es el que guía nuestra vida. Que en su infinito Amor por nosotros, lo último que quiere es vernos hundidos por estos motivos.
José de Arimatea puso el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo, ante la presencia de María Magdalena y María la de Joset. Tapó el sepulcro con una gran piedra. Hay momentos en los que el fracaso llega, en que parece que todo está perdido. Seguramente eso pensaron los discípulos: Jesús estaba muerto y enterrado. Nada más se podía hacer, todo se había acabado. Jesús quiso morir como nosotros para que pudiésemos aprender también, a morir como Él. Con la esperanza ciega en el amor del padre Dios y de una vida eterna a su lado.
El Viernes Santo en Cómpeta, lo cierra Ntra. Sra. De la Soledad. Una procesión digna, majestuosa, respetuosa y que a veces impone al ver a las mujeres rezar tras la Madre que lleva el corazón lleno de amargura y soledad por la muerte de Jesús. Miramos a la Virgen con compasión, no estás sola María, las mujeres de Cómpeta están junto a ti en tu dolor, también ellas tienen luto, comparten tu tristeza por la muerte de tu único hijo. Vas lenta, despacio, por las calles tan solo se escucha el rezo de las hijas de tu pueblo. Con un recorrido corto, pero con pausas y paradas para alargar tu compañía y que no te quedes sola, que no encuentres tu Soledad.
Amanece el sábado, el reloj de la torre funciona pero aun no se escuchan las campanas. Todavía este día, continuamos con la tristeza por el ser querido que ha muerto. Día de silencio, de preparación y esperanza. Día de oración. Ha sido mucho lo vivido desde el Domingo Ramos, tanto dentro del templo, como fuera con las procesiones. Permanecemos este día, meditando su Pasión y descendimiento al infierno. Esperamos en ayuno su Resurrección.
Al inicio del tercer día, regresamos al templo. Estaremos en vela en honor a Jesús. Con esta vigilia conmemoramos la noche Santa en la que el Señor resucita. Esta celebración se debe de considerar como el centro de las celebraciones. Todas las celebraciones que se han tenido durante la semana, todas las procesiones y toda la Iglesia comienza desde aquí. Si Cristo no hubiese resucitado, nuestra vida no tendría sentido, estaríamos sin fe. ¿Para qué nacer si no somos rescatados de la muerte? ¿Qué hubiese pasado si Dios no hubiese levantado a Jesús de su sepulcro?. Todo hubiese sido un fracaso, no estaríamos esta tarde aquí ni existiría esta Semana de Pasión .
Esta es la Noche Santa, noche larga, noche intensa, la Noche de las noches. La celebración con más alegría y gozo, noche donde la vida vence a la muerte. Ante el fuego que encendemos en la calle, decimos “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Todo es nuevo, todo comienza, el ayer ya pasó.
Todos los que estamos aquí sabemos que todo el esfuerzo realizado durante la Semana de Pasión, ha sido en función de esta Noche Santa. Que todas las procesiones, por hermosas y solemnes que sean, son solo la preparación para esta otra procesión. Procesión que hacemos con un cirio nuevo cada año. El verdadero cirio, Cristo Resucitado, el que más ilumina, el que nos da más luz, la luz divina, luz de vida. En la oscuridad de nuestra vida, de nuestras tinieblas caminamos seguro tras esta luz que alumbra el camino a la casa de Dios Padre. Por ello encendemos del cirio cuando un niño se bautiza y nos acompaña hasta el momento de la muerte. Grandiosa imagen, cuando encendemos todos nuestra velita, al pasar junto al Cirio. Esta presencia de Jesús Resucitado en una nueva luz, por todo nuestro pueblo, por Cómpeta. Vivir esta noche, para mí es un auténtico pregón, un auténtico anuncio.
Al poco, se escucha el rasgueo de la guitarra con el Pregón Pascual. Se nos anuncia el por qué ha sucedido todo, el por qué estamos ahí y el qué va a suceder en esta gran noche.
Es la Pascua, la noche que nuestros padres fueron liberados de Egipto.
Es la noche en que se inmola el Cordero.
Es la noche que no salva de la oscuridad del mal.
Es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte.
Es la noche en que Cristo resucita.
Es la noche que destruye el pecado y limpia nuestras culpas.
En esta gran noche de Pascua, nos transforma porque Jesucristo pasa cargando en la cruz con lo que nos hace sufrir, con nuestros pecados, con lo que no aguantamos. Cada Pascua nuestro sufrimiento se convierte en gozo, en alegría. Nosotros, en Él, también resucitamos de nuestra muerte interior y juntos a Cristo tenemos una vida nueva. Pronto se escucharán las campanas nuevamente con el rezo del “gloria”, porque María Magdalena, Juana y María la de Santiago, han ido al sepulcro, el cuerpo de Jesús no estaba y un ángel vestido de blanco les dice que el Crucificado ha resucitado.
¡Qué exulten los coros de los ángeles, que toda la tierra vista de alegría porque Cristo ha resucitado!, este es el mayor acontecimiento de la historia. Aún no ha nacido nadie, ni nacerá, que con su muerte nos haya dado tanta vida.
En el clarear del domingo se levanta Cómpeta con alegría, Cristo Resucitado, está por nuestras calles. Las campanas vuelven a sonar y con más fuerza que nunca. Cristo ya no siente dolor, hoy está resucitado y nos da a todos su bendición. Él que se entregó como el Cordero que quita el pecado del mundo, nos ha abierto las puertas del paraíso. Desde ahora la vida tiene un destino y la muerte un final. Él es el que nos da el sentido a nuestra vida. El que tanto nos amó, nos pide que amemos a los cercanos, a los amigos y a los enemigos. Porque todo esto es fruto del Amor, solo el Amor resucita la vida. ¡Cuánta misericordia nos tienes que cada vez que hago la señal de la cruz, recuerdo que es señal de vida!
Santa María Magdalena ha dejado el color oscuro, su corazón irradia claridad y alegría. Al escuchar “María” te vuelves y respondes “Rabbuní”, reconoces al Maestro, a Jesús Resucitado. Eres la primera que lo ve. Eres la que anuncia el mayor de los pregones, les dices a los discípulos que has visto al Señor. La primera en ver la presencia de Nuestro Señor, en pié triunfante sobre la muerte. Horas atrás, te veíamos junto a María dolorida, compartiendo el desconsuelo, del que nosotros tan solo podíamos aliviar contemplando tu hermoso rostro. Eres una de las claves del cristiano, se te ha perdonado mucho porque mucho has sido amada. Y has amado mucho porque mucho se te ha perdonado. Con tus cabellos y perfumes limpias los pies del Maestro y eres la primera que ve al Resucitado, que te convierte en mensajera de vida eterna ¡Cuánto os queríais!
Ntra. Sra. De los Dolores va llena de alegría. Ella que lo llevó dentro, que siguió todos sus pasos. María que lo acompañó al calvario y lo vio morir. Ella que cogió el cuerpo sin vida de su Hijo. Esa mujer, es hoy plenitud de alegría… no hay resquicio de oscuridad… , solo hay vida. Y nosotros, siguiendo a María llegaremos también a participar en una vida nueva en la que todo es bueno, y que nos guiará a estar con Él en la felicidad del cielo.
Todo esto es tan solo un poco, de lo que es la Semana Santa de Competa para mí y lo que siento en su transcurrir.
Dicho esto, os pido disculpas por alargarme, y por si mis palabras no han sido las correctas.
Virgen de los Dolores hoy que estás aquí, cerquita mía, igual en el día de mi boda y cuando nace un hijo. Ayuda a tu pueblo en estos tiempos que estamos, donde falta el trabajo, donde hay huelgas a diario, donde estamos sufriendo recortes, con los desahucios, con los problemas personales que cada uno podamos tener… Concédenos, Señora, ver con claridad todo lo que tu Hijo Jesús pasó por nosotros, ayúdanos a agarrarnos fuertes a Él cada día y acógenos durante esta Semana Santa, porque verdaderamente, este es el sacramento de nuestra Fe, anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús! (Plegaría eucarística)
Muchas Gracias.