Pregón Jorge Gómez Moyano. 2025
Pregón de la Semana Santa de Cómpeta 2025.
Año Jubilar de la Esperanza.
Saludos y agradecimientos.
Buenas tardes a todos. En primer lugar, agradecer su presencia al Reverendo Padre Liviu Marian Bulai, a la Excelentísima Señora Alcaldesa Doña Rosa Luz Fernández Cebreros y miembros de la Corporación, a la presidenta del Grupo Parroquial de Semana Santa, Pilar López López y a todos sus miembros, a todos los hermanos cofrades del pueblo de Cómpeta y pueblos vecinos, a familiares, amigos y a todos los asistentes y hermanos en Cristo. Muchas gracias también a Pilar por las palabras con las que me ha presentado.
Introducción.
Quisiera comenzar esta tarde respondiendo a la pregunta que tantas veces me han hecho al venir a Cómpeta y que puede que alguno de los presentes también se esté haciendo ahora mismo: “¿Tú de quién eres?” Yo soy hijo de Rosario, la hija mayor de José y Rosario, que vivían en el Monte, José Moyano García y Rosario Bueno Navas. A ellos va dedicado este pregón, a ellos que me cuidaron y quisieron tanto, y que hicieron que los veranos de mi infancia en este bendito pueblo de Cómpeta fuesen inolvidables y conformasen, en una medida difícil de explicar, el adulto que soy hoy. En nuestros orígenes competeños también están los apellidos Cerezo, López, Lara, Reina, Pérez, Domínguez, Vela y Ruiz, que seguramente compartiré sin saberlo con alguno de vosotros.
Desde el Monte hasta el Barrio y desde San Sebastián hasta San Antón, como si de una señal de la cruz gigante sobre Cómpeta se tratase, cada rincón de este pueblo me trae recuerdos de mi infancia, donde en los veranos pasaba de vivir en un piso en Málaga, con mis padres y mis cinco hermanos, a vivir solo con mis abuelos, en el número 10 de la calle Sedella, muy cerquita de la casa de José y Mercedes, los padres de Conchi y Pilar. Gracias a mis tíos Pepe y Francisco por traerme y llevarme desde Málaga al principio y al final de cada verano, y a mi tía Mari Carmen por cuidarnos tanto.
En verano, todos los días eran iguales, iguales de mágicos, iguales de especiales. Por la mañana, con la abuela a comprar el pan a Gabriel o a Cordobilla, y a por los mandaos a la tienda de Mercedes, a la tienda de Laura, al Sindicato o al mercado, convertido ahora en el Paseo de las Tradiciones. A veces también íbamos en busca de Cándido, el practicante, para que subiese a tomarle la tensión al abuelo. Luego a partir almendras para el ajoblanco y a esperar la copiosa comida que preparaba la abuela Rosario y que me hacía volver a Málaga en septiembre con unos kilos de más. Recuerdo las sartenás de papas fritas, las mejores que he comido nunca, al abuelo comiendo maimones o sopas colorás, el gazpacho, y como no, las famosas uvas moscateles del terreno, que según el abuelo tenían mucho dul. Para terminar, una gotica de leche y una exquisita torta china de Cordobilla, que a día de hoy, cuarenta años después, las sigo degustando siempre que puedo.
Por la tarde, un baño en el terrao, un poco de colonia S3, y a pasear de la mano del abuelo José, que me enseñó a contemplar el mundo, pues debido a sus problemas de bronquios debía hacer frecuentes paradas en el camino, y yo esperaba, con la paciencia de un niño de cinco o seis años, cogido de su mano, a que retomara el aliento.
El abuelo me enseñó también la importancia de la familia, pues cada tarde íbamos a visitar a sus hermanos, la tía Mercedes, la tía Ascensión y el tío Victoriano, o al hermano de la abuela, el tío Luis, fallecido hace unos meses, al cual le mando un beso desde aquí. Del tío Luis conservamos una foto muy antigua, de su juventud, portando el trono de la Virgen de los Dolores, en la que se puede apreciar en segundo plano el trono de la Virgen de las Angustias en la puerta de la iglesia. También solíamos visitar en la plaza a la señorita Cristina, donde ahora se encuentra Casa Paco, ya que mi madre trabajó para ella durante años, y nos tenía mucho cariño, y nosotros a ella. Y fue durante esos años cuando se conocieron mis padres y se formó la familia de la que provengo. Gracias papá, gracias mamá.
En estos paseos, que duraban horas, solíamos ir a San Antón, a la Carrera, a la plaza a comprar chuches en el kiosko o en el estanco de Lucía, a llamar a mi familia desde el teléfono de Dolorcitas, a lo hondo del callejón, a la piedra horadada, al pilar alto, al pilar bajo, a la venta de Palma, al cortijo de Don Lucas, al Portichuelo, a la Cruz del Monte…pero si había un lugar cuya historia me fascinó, fue la pisada del Señor, que aunque nunca supe dónde estaba, contaba el abuelo que eran las huellas de nuestro Señor Jesús sobre una piedra. ¡El mismo Jesucristo había estado también en Cómpeta! Imposible borrar ese recuerdo de la imaginación de un niño. Gracias abuelo por tantas historias contadas.
Siempre que entraba a la iglesia con mi abuelo a echarle dinerillo a los santos, como él decía, lo recuerdo pararse con especial devoción delante de la capilla de Nuestro Padre Jesús y musitar oraciones con la fe del que se siente escuchado. Una fe similar descubrí años después en la abuela Carmen, la abuela de mi mujer, la esposa de Guillermo, el que fue durante muchos años Secretario del Ayuntamiento de Canillas de Albaida. La abuela Carmen tenía línea directa con Santa Rita, cuya imagen también se venera en esta iglesia, ya que le hablaba con la seguridad de que sus plegarias serían escuchadas. Esta fe se transmite de abuelos a nietos, así que os animo a todos los abuelos y abuelas presentes, a que recéis junto a vuestros nietos, para dejarles la mejor herencia posible, la fe en Jesucristo y en su Iglesia.
Continuamos con los paseos con el abuelo. Volvíamos a casa antes de que echaran la luz, una cena rápida, y salíamos al fresco con los amigos, Fali, Juan Antonio y Curro, y las vecinas, la niña Brígido, Dionisia, Elvira, Ana, Encarna, Lola…No es de extrañar a día de hoy que quieran convertir esta actividad en Patrimonio de la Humanidad. Cuando iba llegando la hora de recogerse, alguien recordaba que la procesión de las ánimas estaba a punto de salir y los niños nos volvíamos a casa intentando evitar ese fantasmal encuentro.
Expresiones como los acuerdos, los collares, tomma, también formaban parte de mi vocabulario veraniego, y a día de hoy, mi corazón da un brinco cuando escucho estas palabras, porque significa que estoy en Cómpeta o en presencia de un competeño o competeña.
Podría contaros mil anécdotas más, para que llegaseis a entender lo que Cómpeta significa para mí, como que mi primera cita con Lourdes, mi esposa, empezó en Torre del Mar y acabó aquí en Cómpeta, o que Cómpeta es destino obligado para mi familia todos los veranos, pero el tiempo apremia. Ni que decir tiene que esta noche estoy prevelicao de estar aquí con vosotros, a pesar de los nervios propios de la responsabilidad que tengo, porque en mi trabajo como profesor hablo todos los días de lo que sé, pero esta noche os estoy hablando de lo que soy.
En mi adolescencia comencé a vivir con intensidad las procesiones de Málaga, calles abarrotadas, salidas y encierros multitudinarios, tronos impresionantes levantados a pulso y una Tribuna de los Pobres como epicentro del fervor popular.
Pero fue en mi juventud, durante la época universitaria, cuando descubrí otra manera de vivir la Semana Santa: las pascuas. Unos días de retiro para vivir con profundidad la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Durante esos años participé en pascuas hospitalarias, misioneras, universitarias y juveniles. Destacar las pascuas en la parroquia de Santiago el Mayor de El Morche, a las que iba de la mano de mi entonces novia, Lourdes, organizadas por el sacerdote Salvador Gil. De todas estas pascuas fui guardando los materiales que trabajábamos y rezábamos, y a ellos he recurrido como fundamento para este pregón.
Pues bien, iba llegando a su fin la cuaresma de 2024 cuando recibí la llamada de Pilar para proponerme la lectura de una de las Siete Palabras, invitación que tuve que declinar ya que coincidía con la participación de mi hijo mayor en el mismo acto en nuestra parroquia de S. Andrés Apóstol de Torre del Mar. Para sorpresa mía, a continuación Pilar me ofreció la posibilidad de ser el pregonero de la Semana Santa de 2025. Temor, ilusión, nervios, responsabilidad…un cúmulo de sentimientos y pensamientos inundaron mi corazón y mi cabeza, pero en medio de todo ello, resonó con fuerza una frase que escuché hace tiempo: “Dios no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige”. Y con esa confianza que nos da sabernos hijos de Dios y elegidos por Él, me presento aquí esta noche ante ustedes.
Ha sido un año en el que no ha habido un día en que no me acuerde de este bendito encargo, en el que he ido anotando todas las ideas e inspiraciones que por distintos medios me iban llegando. Por eso, cuando Pilar me preguntaba cómo iba el pregón, yo le contestaba que estaba trabajando en él, aunque todavía no hubiese empezado a redactarlo, y sin embargo, a día de hoy puedo deciros que es el pregón el que ha estado trabajando en mi a lo largo de este tiempo. Gracias Pilar, y gracias Trini, por sugerir mi nombre para tan dichosa tarea.
Vamos pues a lo que hemos venido, a pregonar, que según una de las acepciones del diccionario es “alabar en público los hechos, virtudes o cualidades de alguien”. Ese Alguien es Nuestro Señor Jesucristo, y los hechos que vamos a pregonar son su Pasión, Muerte y Resurrección, rememorados y celebrados en estos días de Semana Santa.
Año tras año, desde hace más de dos mil, coincidiendo con la primera luna llena de primavera, la Iglesia celebra la Pascua, el Paso del Señor Jesús de la muerte a la Vida.
Hasta entonces, Pascua significaba el paso de Dios que liberaba al pueblo, el compromiso de Dios con su pueblo, su Alianza. Jesús se une a esta historia y la supera, ya que establece un nuevo pacto, una alianza nueva y definitiva. Es la Pascua de Jesús. Este acontecimiento es el centro de toda la vida del cristiano, porque es el centro de nuestra fe.
Pero la Pascua no es algo que sucedió. La Pascua es algo que pasa, que está ocurriendo, que está surgiendo, algo que está brotando, como las flores en nuestros campos. El Señor va a pasar, en este año 2025 donde celebramos el Jubileo de la Esperanza, por este rincón del mapa que es la Iglesia que vive su fe en Cómpeta. El Señor va a pasar por nuestra vida, independientemente de nuestro estado anímico, de nuestros miedos, de nuestras alegrías, de nuestra situación vital. En estos días que tenemos por delante, queremos acompañar a Jesús, adentrarnos en su persona, vivencias, sentimientos, ideas, emociones y palabras, es decir, queremos encontrarnos con Él. Y el que se encuentra con Cristo, siempre sale ganando. Como dice mi querida suegra Mari Carmen, teóloga y profesora de religión, ya jubilada, “se puede vivir sin Dios, pero con Dios se vive mejor”.
Desde el pasado Miércoles de Ceniza hemos intentado vivir la cuaresma como un camino de conversión, a través de las tradicionales prácticas cuaresmales: la oración, relación con Dios, el ayuno, relación con nosotros mismos y la creación, y la limosna, relación con los demás.
Ayer vivimos la antesala de la Semana Santa, el Viernes de Dolores, con la culminación del triduo a la Virgen de los Dolores y la procesión de los Tronillos, donde los más pequeños van viviendo en primera persona el sentir cofrade y van asegurando el relevo generacional, tan necesario para continuar con las tradiciones de cualquier pueblo, en nuestro caso, la Semana Santa de Cómpeta.
Domingo de Ramos.
Tenemos por delante la Semana Grande, la Semana de Pasión, que arrancará mañana con el Domingo de Ramos, donde rememoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde fue aclamado por las multitudes como “Hijo de David”, días antes de ser condenado a muerte por las mismas gentes.
“Al día siguiente, cuando la gran multitud de peregrinos que habían llegado a la ciudad para la fiesta, se enteraron de que Jesús se acercaba a Jerusalén, cortaron ramos de palmera y salieron a su encuentro, gritando:
- ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el rey de Israel!
Jesús encontró a mano un asno y montó sobre él. Así lo había predicho la Escritura” (Jn 12, 12-14).
Todos podemos imaginarnos allí gritando “Bendito el que viene en el nombre del Señor”, anunciando a la ciudad santa de Jerusalén que llega el Mesías, el Mesías tanto tiempo esperado por el pueblo elegido de Israel. Paradójicamente esta entrada triunfal en Jerusalén no se realizó a lomos de un caballo ni escoltado por un ejército, sino a lomos de una borriquita y escoltado por niños y gente sencilla con palmas y ramas de olivo.
(Suena un fragmento de Puerta del Cielo)
Mañana bendeciremos los ramos y las palmas en la Ermita de San Antón, y acompañaremos con cantos y nuestras mejores galas, estrenando algo como indica la tradición, a Nuestro Padre Jesús en la Borriquita, en su entrada triunfal en Jerusalén, por la calle San Antonio. El próximo año 2026 se cumplirán, si Dios quiere, 75 años de la adquisición de esta imagen por parte de los comerciantes de Cómpeta.
Es una procesión de alegría, de alabanza, donde los niños con las túnicas rojas contagian su ilusión de participar en la procesión de la Borriquita a todos los presentes. Una vez que la procesión llegue a la iglesia, celebraremos la Santa Misa, con la lectura de la Pasión, donde se nos recuerda que esta entrada triunfal se convertirá en unos días en un aparente y rotundo fracaso, y que este mismo pueblo que lo vitorea, días después gritará: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”.
Una vez concluida la misa, la Borriquita saldrá de nuevo a la plaza y continuará la procesión por el recorrido oficial, hasta llegar de nuevo a San Antón.
Lunes y Martes Santo no hay procesiones en Cómpeta, y la vida sigue con su rutina, aunque se nota la presencia de forasteros y antiguos vecinos que vuelven al pueblo para disfrutar estos días de vacaciones y fervor religioso.
Miércoles Santo.
El evangelio de este Miércoles Santo nos recuerda que Judas Iscariote acordó entregar a Jesús por treinta monedas de plata. Jesús fue cautivo y llevado ante Pilato, que lo envió a juicio ante Herodes. Éste era un hombre peligroso, pero Jesús no le tenía ningún miedo. Presentan a Jesús ante él. Herodes habla y habla para engañarse a sí mismo. Jesús calla. Herodes se desconcierta. Sabe que ese hombre es inocente e incluso siente, desde su frivolidad, lástima. Jesús no se defiende, solo calla. Ese silencio de Jesús no es sino una respuesta. Jesús se encuentra, como reo, ante el tribunal, como consecuencia lógica de toda una vida.
(Suena un fragmento de Caridad del Guadalquivir)
En la noche del Miércoles Santo procesiona por las calles de Cómpeta Nuestro Padre Jesús Cautivo, el Señor de Cómpeta, mirada cabizbaja, manos atadas y túnica blanca, mecida por el viento que pareciese que caminase por nuestras calles. El Señor traicionado por uno de sus discípulos, y abandonado por los demás, excepto por aquel a quien tanto amaba, Juan. Con Jesús Cautivo comienza la Pasión del Señor, una Pasión voluntariamente aceptada pero humanamente muy difícil de asumir, tanto que Jesús sudó sangre en el huerto de los Olivos.
Tras el Cautivo viene Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna, el Cristo de los Gitanos, privado de libertad y de movimiento, soportando los azotes y las burlas, indefenso, porque no tuvo abogado que lo defendiese y porque Él, asumiendo la voluntad de su Padre, no quiso dar réplica a las acusaciones que sobre Él se hacían.
Por último, tras su Hijo cautivo, tras su Hijo atado a la columna, las calles de Cómpeta acogen en su estrechez a Nuestra Señora de los Dolores Coronada, Patrona y Alcaldesa Perpetua de nuestro pueblo. Lágrimas en el rostro y un puñal clavado en el pecho, porque no debe haber dolor más grande para una madre que ver a su Hijo sufrir, verlo cautivo, verlo ajusticiado injustamente. María representa, en su advocación de los Dolores, a todas las madres del mundo que sufren por sus hijos.
Una vez concluidas estas tres procesiones, la iglesia permanecerá cerrada preparándose para el triduo pascual, el eje central de la fe de los cristianos, el punto culminante de todo el año litúrgico.
Jueves Santo.
Amanece el Jueves Santo, uno de los tres jueves que según el refranero, relucen más que el sol. Es el día del Amor Fraterno, el día de Cáritas.
El Jueves Santo es el día del Amor por excelencia. En este día Jesús ama a los suyos hasta el final. Este amor de Cristo se manifiesta en tres dimensiones, la amistad, el servicio y la entrega.
Al atardecer del Jueves Santo, Jesús quiere que compartamos su alegría y su mensaje, por eso ya no nos llama siervos, sino amigos, porque nos ha elegido para que nos pongamos en camino y demos fruto. Lo único que nos pide es que permanezcamos en su amor y nos ofrece un mandato nuevo, que nos amemos mutuamente como Él nos ha amado.
En aquel tiempo, cuando alguien llegaba a una casa, existía la costumbre de lavarle los pies, cansados y llenos de polvo del camino. Esta tarea la solían realizar los criados, y si no había criados, las mujeres.
Jesús nos invita a invertir el orden que consideramos habitual y conveniente. Jesús quiere ser el esclavo, el servidor, el diácono de todos. Despojándose, comienza a sentirse esclavo postrándose ante los apóstoles para lavarles los pies. Esclavo Él, que es Dios, humilde el Señor de los Señores.
El gesto nos impresiona, por la humildad, por la delicadeza, por la servicialidad. Jesús, el Señor, quiere ponerse a los pies del hombre. Jesús quiere darnos a conocer como reina Él.
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre, que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 5-11).
Jesús enseña a sus amigos su tarea y la nuestra: servir humildemente a todos, no dominándolos, no imponiéndose, no tiranizando. El cristiano es un servidor, su autoridad un servicio. Es la lógica de Dios, la locura del amor. Esto hace que se trastoquen todos los esquemas y estructuras del mundo y de nuestro interior. Solo entenderán el amor de Dios los que saciaron el hambre de los hambrientos, apagaron la sed de los sedientos, acogieron al forastero, vistieron al desnudo, visitaron al enfermo, fueron a ver a los presos, ayudaron al toxicómano, acogieron al anciano, ayudaron al huérfano, y no saborearán la auténtica vida los que no sean alimento para otros, los que no sean frescura para los sedientos, los que no sean calor para el desnudo, los que no sean consuelo para el enfermo, los que no sean esperanza para el hermano. Es la invitación de las bienaventuranzas: son felices precisamente aquellos que habitualmente consideramos desdichados.
Y en esta escena del lavatorio de pies a sus discípulos, también nosotros podemos reconocernos en la actitud de Pedro, que se niega a ser lavado por el Maestro. Nos cuesta dejarnos lavar los pies, porque es dejarnos amar en lo que menos nos gusta de nosotros mismos: en lo que está sucio, lo que siempre está por los suelos, la debilidad, la pequeñez. La invitación de Jesús es a reconocer que, porque todos somos débiles y necesitados, podemos abrirnos unos a otros, porque Dios se encuentra con nosotros en nuestra debilidad.
En todos los templos donde se está celebrando la Semana Santa, hoy el Señor nos llama a hacer este signo del lavatorio de pies. ¡Qué gran ejemplo para este mundo de orgullos y de soberbias! Por falta de humildad el mundo está como está, nadie quiere ser inferior a nadie, porque queremos que el mundo gire a nuestro alrededor, porque nos hemos endiosado, porque nos hemos idolatrado. Volvamos al amor, volvamos a la humildad, volvamos a Cristo. Nuestra esperanza puesta en Él, un cristianismo vivido con autenticidad, una Iglesia que siga proclamando ante el mundo que sólo en Cristo está la esperanza.
Sigue habiendo tantos pies que lavar, sigue habiendo tanta oscuridad que iluminar, tantas cadenas que romper. Pan y vino para el pobre quiero ser.
Cuando se sentaron en el Cenáculo, los discípulos pudieron pensar. “aquí va a pasar algo muy grande. Esta noche es distinta.” Recordarían las multiplicaciones de los panes y los peces, la comida con Zaqueo, las comidas con gente “de mala vida”, Betania y los tres amigos Marta, María y Lázaro, la historia de la Boda de Caná, las parábolas del banquete… Jesucristo sabe que le quedan pocas horas de vida, y su corazón late con más fuerza, hay intensidad en sus palabras, en sus signos, en sus gestos. Ha preparado la cena como si fuese algo clandestino, sin que lo sepa nadie. Y ahora, en su última noche, todo lo que diga adquirirá mucho más valor, porque será lo último, sus últimas enseñanzas. Es noche de despedida, de decir las mejores cosas, de dar los últimos consejos, de recordar lo más importante. Noche de intimidad del Señor con los suyos. La Última Cena.
Para los judíos, compartir la mesa era compartir la vida. Comer del mismo pan y compartir la misma copa era hacerse uno, hacerse hermanos. En la Última Cena, Jesús no nos invitó a tomar un trozo de pan y que eso lo repitiésemos a lo largo de la historia como un rito vacío, sino que nos pasó el testigo para hacer lo que Él hizo, ofrecer nuestra vida. Y podremos considerarnos amigos de Jesús si hacemos lo que Él nos indicó. Habiendo amado a los suyos hasta el extremo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino como salvación propicia de todo el género humano.
Los primeros cristianos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones…Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían” (Hech 2, 42-44). Habían descubierto que la Eucaristía es el centro de la vida de comunitaria.
Jesús nos saca del aislamiento, de la soledad y nos invita a ser comunidad. La comunidad como diálogo, como apertura a otros, como hermandad, como grupo parroquial, para acoger mi don y el don que son los demás, para vivir juntos un proyecto, una fe.
A lo largo de toda la historia nadie conoce un amor tan grande, tan exagerado, de darse hasta quedar crucificado en un cruz. No hay amigo que haya dado su vida por el amigo con tanto derroche de dolor y de amor como Cristo, y por ello nos da un mandamiento nuevo, que nos amemos como Él nos ha amado. La gran enfermedad del mundo de hoy es no saber amar. Cristo debe mirarnos entristecido desde la mesa de su Pascua, al ver tanto egoísmo, explotación, crueldad, terrorismo, represión y violencia en nuestro mundo. Nos mirará diciendo: “Y yo les había dicho que se amaran como Yo los amo…”, porque solamente celebra la Pascua con Cristo el que sabe amar, el que sabe perdonar, el que sabe explotar la fuerza más grande que Dios ha puesto en el corazón del hombre, el amor.
El gran amor del Señor nunca cesa, su misericordia jamás tiene fin. Nueva es cada mañana, cada mañana, tu gran fidelidad, Señor, tu gran fidelidad.
A los jóvenes, a los que ya han perdido su fe en el amor y piensan que el amor no arregla nada, aquí está la prueba de que sólo el amor lo arregla todo.
En esta noche, Jesús nos invita a que seamos gente de Jueves Santo. Personas que creamos que el amor es lo que puede mover la vida entera, y que decidamos hacer de nuestra vida corriente momentos extraordinarios, que sepamos ver y buscar el amor y el servicio en las cosas más ordinarias de la vida. Seamos la gente corriente que hace lo que todo el mundo, pero no como todo el mundo. Deseemos que nuestra vida esté marcada por el amor, el buen humor, el servicio generoso, que no miremos cuándo el otro hizo por última vez lo que hoy hago yo, simplemente nuestra preocupación sea hacerlo y agradar. Este es el reto para ser gente del Jueves Santo, amar siempre y servir siempre.
Esta tarde, como culmen a lo que había hecho toda su vida, los amó hasta el extremo. Esta es la clave para entender todo lo que sucede en esa noche y lo que va a suceder en los días siguientes, el amor hasta las últimas consecuencias. Jesús podría haber evitado su muerte, podría haber renunciado a su misión y a su mensaje. Pero, en el momento en que las cosas se ponen realmente difíciles, Jesús elige ser fiel hasta las últimas consecuencias, en la confianza en el Padre y en el amor radical a aquellos que confiaron en él, y fiel también a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Ahora entremos en Getsemaní, en aquel olivar, y acompañemos a Jesucristo en aquella hora. En la oscuridad de Getsemaní, Jesús no comprende, todo su ser se rebela, ve que sin su presencia sus apóstoles se dispersarán, como ovejas sin pastor, ve que toda su obra se viene abajo. Jesucristo está desolado, triste, solo ante el Padre, apresado en la noche y por la noche, juzgado y condenado ya como un malhechor religioso y social. Jesús experimentó miedo, angustia, soledad, vislumbraba el comienzo de su “fracaso”. Tanto hablar, ¿para qué?, tanto trabajar y enseñar, ¿para qué? Y recordaría sus propias palabras a sus amigos: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. En cambio, si muere, da mucho fruto”. La valentía y decisión de la entrega de Jesús no puede ocultar la lucha interna descrita en la oración de Getsemaní. “Pase de mí este cáliz”. Y sin embargo, Él confía en el Padre y se pone en manos de sus perseguidores con la paz de saber que la voluntad de Dios ha de cumplirse.
Como en el desierto, Jesús será tentado por el demonio, que quiere vencerlo en la última batalla antes de la entrega total. En esta noche Cristo va a sudar sangre ante la maldad de los hombres y el dolor, y mañana, como cordero silencioso, pasará con la Cruz a cuestas, y morirá en el Calvario, sin resentimiento para nadie, gritando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
En los oficios del Jueves Santo celebramos la Cena del Señor, la institución de la Eucarístía y la institución del sacramento del sacerdocio. Al finalizar, se reservará el Señor en el Monumento, donde encontraremos motivos eucarísticos, tales como espigas, racimos, un pan, vino, velas, jarra, jofaina…
(Suena un fragmento de Beso al cielo)
La procesión del Jueves Santo en Cómpeta comienza con la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, del imaginero Sánchez Mesa, y que ha participado, durante la primera quincena del pasado mes de febrero, en la exposición sobre nazarenos históricos realizada en Vélez-Málaga.
Nuestro Padre Jesús procesiona convirtiendo las calles de Cómpeta en su Via Crucis, en su camino hacia la Cruz. Expresión de dolor, boca entreabierta y portando sobre su hombro el madero en el cual entregará su vida por nosotros.
Después de Nuestro Padre Jesús, viene Nuestra Señora de los Dolores, detrás de los pasos de su hijo, acompañándolo en su sufrimiento hacia la cruz, por las calles de nuestro pueblo, y reencontrándose con Él al llegar a la plaza, donde viviremos momentos de gran emoción al ver las dos imágenes juntas en su encierro.
Una vez terminada la procesión, tendremos la Hora Santa, un tiempo de oración y adoración de toda la comunidad parroquial, meditación serena y profunda, con lecturas, cantos, peticiones y silencio.
Por último, la Iglesia permanecerá abierta toda la noche para hacer turno de vela, donde podremos tener un rato de intimidad con el Señor ante el Monumento.
Viernes Santo.
El Viernes Santo celebramos la Pasión y Muerte del Señor. La gloria del Domingo de Ramos se convierte en la vergüenza del Calvario. Las alabanzas se convierten en gritos de muerte.
Hoy es un día serio, un día de dolor, pero que los cristianos vivimos sabiendo que en el fondo de la tragedia, hay una esperanza. Cristo Jesús, en la plenitud de su vida, se ha entregado a la muerte. El inocente ha sido ajusticiado. Su dolor es el símbolo del dolor de todos los que a lo largo de la historia, antes y después de él, han sufrido y siguen sufriendo. Él se ha solidarizado con todos los injustamente tratados. Su grito en la cruz -”Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”- es el grito de todos los que se sienten solos y abandonados.
El primer Viernes Santo de la historia comenzó con los últimos momentos de un condenado a muerte. Este condenado es el Hijo de Dios. El suplicio, una cruz. ¿Qué delito se le achaca? Todos los delitos de todos los hombres juntos. Va a la muerte en nuestro lugar.
Llevaron a Jesús ante Pilatos buscando motivos para acusarlo. Y los que encontraron fueron llamar a Dios Padre, manifestarse como Rey de Israel, curar, escuchar, sanar…Podemos imaginarnos a Nuestro Padre Jesús atado a la columna donde otros hombres antes que Él habían sido flagelados. El Procurador, Poncio Pilatos, había dado la consigna de que lo dejaran de tal manera que diera lástima, para que se conformasen con esto y no pidieran la cruz. Podemos imaginar cómo dejaron a Cristo, de hecho muchos morían ahí mismo. Él no murió ahí, le quedaban aún las manos y los pies para la cruz.
A continuación, cargando Jesús con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario. El Gólgota era un lugar elevado situado a pocos metros de las murallas, fuera de la ciudad de Jerusalén. Los evangelistas traducen esa palabra por “lugar de la calavera”. Al estar tan cerca de las murallas no faltarían curiosos por todo el recorrido que llevaba a los crucificados al lugar de las ejecuciones. Aquel leño seco pesaría mucho, pero más le pesaría a Jesús el desprecio, los gritos y la burla de la gente.
El Gólgota, el Monte. El Monte donde Dios venció siendo vencido, donde el Amor más infinito fue la respuesta ante el odio más grande. El lugar donde fue probada la fe de los discípulos y la nuestra, donde María sintió su corazón atravesado por una espada mientras Dios parecía esconderse, donde Dios clamó, gritó, murió, perdonó, nos dio hasta la última gota de su sangre en Jesucristo.
Va a morir un hombre en la montaña, de los males del mundo culpable.
Jesús es clavado en la cruz y elevado entre el cielo y la tierra, como testimonio de su inmenso amor a todos los hombres de todos los tiempos. Cristo elevó sus manos al Padre en la cruz en actitud orante y oferente. Se terminó el camino de la cruz, ahora solo queda la cruz. Jesús ya no puede caminar, ahora solo le queda aguantar en la cruz hasta el fin. Después del despojo, la crucifixión, los clavos penetrando por sus muñecas y sus pies, cosido al madero… un dolor tremendo. Y así durante horas. La cruz concentra el sufrimiento de todos los seres humanos. La cruz es un instrumento de tortura y de muerte para ladrones, esclavos… Sin embargo, el que está clavado en ella es Jesús, el Hijo de Dios.
Podemos tener la tentación de querer huir ante esta imagen. Los mismos discípulos huyeron. Su cruz es escándalo para unos y locura para otros. “¿No es el rey de Israel? Que baje de la cruz y lo creeremos.”
Todo es tan misterioso y tan real, que no es posible distinguir el hombre que sufre del Hijo de Dios que asume su sufrimiento. Jesús asume la cruz en señal de fidelidad para con Dios y para con los hombres, asume todo tu dolor y el del mundo entero. Murió abandonado, pero Él no te abandona, te ayuda a llevar tu cruz. Murió rechazado, pero Él no te condena, te salva y te ofrece la esperanza de una Vida más plena y nueva.
“Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la región hasta las tres de la tarde. El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio. Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: - Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró.” (Lc 23, 44-46)
Viernes Santo es también una Madre con su Hijo en los brazos, nuestra Virgen de las Angustias. “Después de muerto lo bajaron de la cruz apresuradamente, y lo colocaron sobre las rodillas de su Madre…” También cuando fue un niño lo llevó en brazos, pero ¡qué diferencia! Entonces era un niño pequeño, no pesaba mucho, estaba vivo, hoy es un hombre, pesa mucho y está muerto. Ahora, sin que se lo impidan las lanzas de los soldados, puede verlo, mirarlo desde la cabeza hasta los pies, no hay parte que no esté lastimada, destruida. Las espinas dejaron agujeros en la cabeza y los clavos destruyeron las manos y los pies, los flagelos destruyeron su espalda. El Señor yace muerto en los brazos de su Madre.
En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre el hombre. La cruz rompe nuestra imagen de Dios y muestra a un Dios cercano al sufrimiento y al dolor del hombre. Cristo crucificado nos revela el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro del Hombre. La cruz es consecuencia del amor de Dios al hombre.
Por eso, detengámonos unos instantes en la adoración de la Santa Cruz. Imaginémonos junto a la Cruz del Señor, y dejemos que surjan en nuestros corazones sentimientos de gratitud, ya que Él nos ha querido tanto que se ha entregado hasta el extremo. Jesús nos dijo: “el que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 27).
Pensemos también en nuestras cruces, en la que cada uno llevamos, hechas a nuestra medida, aunque sintamos que nos quedan grandes. Pensemos en la forma en la que la llevamos, en la postura que tenemos ante la cruz de cada día. Cargados con nuestra cruz, nos parece que no hay más cruces en el mundo ni más personas crucificadas. Encerrados en nuestro dolor, perdemos de vista el dolor que nos rodea y el dolor que, lejos de nosotros, padecen hombres y mujeres, niños y jóvenes, ancianos y recién nacidos. Salgamos hacia el mundo que conocemos y hacia el mundo entero y descubramos las cruces que existen por todas partes. En la Cruz de Jesús descubrimos nuestra salvación, en ella ponemos nuestra esperanza.
En palabras de San Juan Pablo II: “El misterio de nuestra salvación se realiza en el silencio del Viernes Santo, en el que un hombre abandonado por todos, llevando en sí el peso de nuestros sufrimientos, se entrega a la muerte en una cruz, con los brazos abiertos, en un gesto de acogida de todos los hombres. No hay prueba de mayor amor.¡Misterio difícil de comprender, misterio del amor infinito!”
Dios ha hecho de la Cruz, donde se da la muerte injusta, el lugar de Salvación de todos los hombres. Jesús nos ha salvado ya. Él pagó con el precio de su sangre nuestra vida de pecado. Así que nuestra vida tiene el valor de Cristo. Para entender este gran misterio de la muerte de todo un Dios en la cruz, tenemos que tener el don de la fe y la certeza de que esto es verdad.
El Viernes Santo comienza bien temprano en Cómpeta con el Via Crucis, donde solo los hombres acompañan al Santo Cristo Crucificado, cantando, leyendo y rezando durante las catorce estaciones por las calles del pueblo, mientras que las mujeres, siguiendo la tradición, permanecen en los balcones, en los terraos y en las esquinas de las calles contemplando tan solemne cortejo.
Durante la mañana tendremos el Sermón de las Siete Palabras que Cristo pronunció en la Cruz, y por la tarde asistiremos a la impresionante celebración litúrgica del Viernes Santo, que empieza con un rito de entrada diferente de otros días. El sacerdote entra en silencio, sin canto, vestido de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postra en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del día. El altar sigue desde la víspera desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles. La celebración del viernes santo es austera, gira en torno a la inmolación del Señor.
Hoy no celebramos la Eucaristía. Hoy participamos en una Liturgia de la Palabra, sobre todo con la lectura de la Pasión, seguida de la oración universal por la salvación del mundo, de la adoración de la santa Cruz de Cristo y la comunión con su Cuerpo consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresando así nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su cuerpo entregado por nosotros.
(Suena un fragmento de Mi amargura)
Las procesiones del Viernes Santo nos hacen revivir todo lo que aquel día aconteció. El Santo Cristo nos conmueve las entrañas al ver al Señor crucificado en la Cruz, la más humillante de las muertes. Nuestra Señora de las Angustias nos sitúa frente al dolor inimaginable, insoportable, que sufriría la Virgen María con su hijo yacente en brazos. El Santo Sepulcro nos deja sin palabras a su paso ante el aparente trágico e inesperado final de Jesús. A continuación Santa María Magdalena, portada solo por mujeres, discípula de Jesús, testigo de su crucifixión y sepultura, y primera testigo, junto con otras mujeres, de su resurrección.
Por último, cierra el Viernes Santo la procesión de Nuestra Señora de la Soledad, precedida solo por mujeres, que con velas cantan y rezan el Rosario. El pueblo de Cómpeta se une al dolor inmenso de la Santísima Virgen, esperando confiadamente contra toda esperanza, atravesando el gran desierto de la soledad, de la incertidumbre, de no entender del todo lo que pasó.
Sábado Santo de la sepultura del Señor.
“Las mujeres que habían venido con Él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo.” (Lc 23, 55)
Es Sábado Santo. Hoy Jesús está en el sepulcro, un sepulcro nuevo, prestado, donde fue enterrada la esperanza, donde Dios parecía ausente, donde la piedra dejaba sellado, para siempre, el futuro. Un lugar frente al que no valían las justificaciones ni las explicaciones fáciles. Y un lugar en el que, sin embargo, se producía la acción más importante de la historia de la humanidad.
Hoy es, aparentemente, un día sin Dios, un día donde se oculta su presencia tras la piedra de un sepulcro. Dios guarda silencio, un silencio que guarda esperanza.
El Sábado Santo está vacío, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su Hijo. Sábado Santo, día de la sepultura de Dios. A los discípulos se les produce un gélido vacío en el corazón, y por este motivo se disponen a volver a su casa avergonzados y angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de esperanza.
A través del naufragio del Viernes Santo, a través del silencio mortal del Sábado Santo, pudieron comprender los discípulos quién era Jesús realmente y qué significaba verdaderamente su mensaje. Dios debió morir por ellos para poder vivir de verdad en ellos. Necesitamos las tinieblas de Dios, necesitamos el silencio de Dios para experimentar de nuevo el abismo de su grandeza, el abismo de nuestra nada, que se abriría ante nosotros si Él no existiese.
Jesús parecía el verdadero Mesías, el salvador que tantas generaciones habían esperado, el hombre por boca del cual hablaba Dios, el preludio de tiempos mejores. Pero ahora Él ha muerto, ha sido crucificado, como un vulgar ladrón, rodeado por ellos. Ha muerto después de un largo sufrimiento. ¿Por qué no evitó aquel trago si era Hijo de Dios? ¿Por qué su Padre no hizo nada para salvar a su Hijo? La muerte de Jesús parecía decir que Dios no estaba con él, que su proyecto no era el proyecto de Dios, o que Dios era impotente frente a la injusticia y la muerte… el triunfo del mal. Para los seguidores de Jesús, con su muerte habían perdido al amigo, al hermano, su cercanía y ternura cotidianas, pero, aún más, en Jesús se habían muerto sus esperanzas de un mundo nuevo, el proyecto y el sentido de su vida. Pero quedaba un pequeño espacio para la esperanza, Jesús había desaparecido del sepulcro, éste estaba vacío…
La Iglesia hoy permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte y esperando en la oración su resurrección. Es un día de gran luto. Un silencio brutal envuelve hoy la tierra. No hay palabras. No hay liturgia. Es un día para el recogimiento y la resignación, para la admiración y la contemplación, para la tristeza y la esperanza.
En este día nos acordamos también de María, Nuestra Señora de los Dolores, patrona de Cómpeta. Una tradición popular ha hecho oración contemplativa el inmenso dolor de María. Es el ejercicio de los Siete Dolores de la Virgen. Meditar el misterio del dolor de María es sobre todo contemplar su inmenso amor. Los Siete Dolores de la Virgen fueron la profecía de Simeón, la huída a Egipto, el Niño perdido en el Templo, el encuentro con las mujeres en la calle de la Amargura, la crucifixión, el descendimiento del cuerpo de Jesús a los brazos de María y Jesús depositado en el sepulcro.
El silencio del sepulcro nos lanza a mirar más allá de nosotros mismos, Dios puede hacer lo que parece imposible. Esta Noche Dios sorprenderá a cielos y tierra haciendo de la noche resplandor.
Vigilia Pascual
Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la noche santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como la “gran Vigilia de todos los tiempos”. Algo inaudito acaba de ocurrir. Alguien ha movido la piedra y el Señor sale triunfante, resucitado del sepulcro. La VIDA venció a la muerte. ¡Exulten los coros de los ángeles que el Señor ha resucitado!
Ésta es la gran fiesta, Dios le ha dado la razón a Jesús. Con la Resurrección ha llegado una nueva humanidad, el Reino de Dios tantas veces anunciado.
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y por medio del Bautismo y de la Confirmación somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre.
Durante la Vigilia Pascual, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana. Tendremos la liturgia de la palabra, con lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento. En ellas se nos ofrecerá la síntesis de la Historia de la Salvación y el mensaje central de la fe cristiana. Tendremos también tres símbolos principales: el fuego, el cirio y el agua.
El fuego es la tradición bíblica de la presencia misteriosa de Dios, o de la experiencia del Espíritu Santo en Pentecostés. El fuego bendecido en la Noche de Pascua, que encenderá el cirio, nos abre al triunfo de la cruz sobre la tiniebla, el triunfo del calor de la vida sobre el frío de la muerte, una Luz de la que todos iremos participando.
El cirio tiene grabadas las letras alfa y omega, la primera y la última del alfabeto griego, expresión de que Cristo es el principio y el fin de todo. También tiene grabado el año en que vivimos, para indicar que la Pascua es siempre nueva, y que en este 2025 el Señor también nos quiere hacer partícipes de su salvación. Por último, tiene grabada una cruz, ya que el paso hacia la Vida presupone antes el paso a través de la muerte.
Con el agua renovaremos nuestro bautismo, el sacramento por el que nos incorporamos a la condición de hijos de Dios. Por el agua morimos al “hombre viejo” y renacemos a una nueva vida marcada por el Espíritu.
Domingo de Resurrección.
Amanece el domingo de Resurrección. La resurrección de Cristo es un hecho singular en la historia y al mismo tiempo un misterio de fe. Es el acontecimiento más importante para los cristianos. Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe. La resurrección de Cristo no es un hecho aislado, desconectado de la vida de los cristianos.
Con la solemnidad de este día, el año litúrgico llega a su culmen. La resurrección de Cristo es el centro de la vida cristiana, es el fundamento y la clave de nuestra fe. El signo del sepulcro vacío es anuncio del misterio de la Resurrección, y se convierte para los apóstoles en una verdad absoluta que anunciarán con firmeza a todos. Se trata de un mensaje que no deja indiferentes, envuelve la vida del creyente y conlleva una vida nueva. Todos los que creemos en Jesucristo, como Señor, hemos de anunciar esta Buena Noticia. Jesús no vive para seguir su causa, sino que su causa sigue porque Él vive.
Hoy es domingo de Pascua, domingo de Resurrección, domingo de Gloria. Éste es el domingo más grande, el primero, el más hermoso.
La Vida con mayúsculas que viene de Dios, supera nuestras mejores expectativas y esperanzas. Como cristianos, tenemos el gran regalo de descubrir que tras este mundo pasajero, resucitaremos en Dios en la otra vida. ¡Es el mayor spoiler de la historia!
Esta fe en la Resurrección de Cristo no puede ser una mera afirmación lógica, un frío dogma de fe que deja insensible nuestro corazón y nuestra vida. Debe cambiar nuestro estilo y talante de vida. Por eso, en esta hermosa y esplendorosa mañana de Pascua, proclamamos nuestra fe en la Resurrección de Cristo. Esto significa creer que, hoy y aquí en Cómpeta, Cristo sigue vivo lleno de fuerza y creatividad, que Cristo sigue vivo en la comunidad de creyentes pastoreada por el padre Liviu y que Jesús sigue vivo en todo ser humano, especialmente en los más pequeños y débiles, ya que Cristo es la esperanza de los marginados. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo.
El tiempo Pascual, que se inicia en la Noche Santa, se prolongará durante cincuenta días, concluyendo en la solemnidad de Pentecostés. Son siete semanas para una sola celebración, cincuenta días que se viven como un solo día, el día “que hizo el Señor”, la Pascua. Por lo tanto, para el cristiano “siempre es Pascua”.
Resucitó el Señor y vive en la esperanza
del hombre que camina creyendo en los demás.
Resucitó el Señor y vive en cada paso
del hombre que se acerca sembrando libertad.
Resucitó el Señor y vive en el que muere
surcando los peligros que acechan nuestra paz.
Resucitó el Señor y manda a los creyentes
crecerse ante el acoso que sufre la verdad.
Resucitó el Señor y vive en el esfuerzo
del hombre que sin fuerzas quedó por los demás.
Resucitó el Señor y está en la encrucijada
de todos los caminos que llevan a la paz.
Resucitó el Señor y llama ante la puerta
de todos los que olvidan lo urgente que es amar.
Resucitó el Señor y vive en el que queda
cautivo por lograrle al hombre la libertad.
Resucitó el Señor, su gloria está en la tierra,
y en todos los que anuncian que Cristo es la verdad.
Pero además, la Buena Noticia que Dios trae a nuestra vida en Jesucristo es la felicidad para este mundo en el que vivimos y existimos. Dios ha decidido ser con su pueblo, y nos necesita para ser cooperadores suyos en el plan de salvación. Cristo sigue vivo y camina con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”
“Id , amigos, por el mundo anunciando el amor, mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi resurrección, id llevando mi presencia, con vosotros estoy”
(Suena un fragmento de Siempre la esperanza)
Después de celebrar la Santa Misa del Domingo de Resurrección, esperamos que este año la climatología nos permita procesionar al Santísimo Cristo Resucitado, victorioso ante la muerte, junto a Santa María Magdalena, primera testigo de su Resurrección y acompañados de Nuestra Señora de la Alegría, la Virgen de los Dolores, portada, como es tradición, por los quintos, este año quintos’07, que transmitirán su alegría y ganas de vivir a todo el pueblo a través de piropos y vítores. Como culmen y cierre de los desfiles procesionales de esta Semana Santa, el encuentro de las tres imágenes en la plaza pondrá el broche final antes del encierro.
Conclusión.
Y una vez concluidas las procesiones de este año, solo nos quedará dar las gracias. Gracias a nuestro Padre Dios, por habernos concedido vivir una Semana Santa más rememorando y participando de la Pasión de su Hijo. Gracias a la Virgen María, nuestra Madre de la Esperanza, por habernos precedido en el seguimiento de Nuestro Señor. Gracias al padre Liviu, por habernos guiado y acompañado durante esta Semana Santa. Gracias también al Ayuntamiento de Cómpeta, por su compromiso con las tradiciones populares y el fervor religioso, facilitando recursos personales y materiales. Y sobre todo, muchísimas gracias al Grupo Parroquial de Semana Santa de Cómpeta, que a través de sus cofradías, Nuestro Padre Jesús en la Borriquita, Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestro Padre Jesús Nazareno y Jesús Cautivo, Santo Cristo Crucificado, Santísima Virgen de las Angustias, María Magdalena, el Santo Sepulcro y Cristo Resucitado, hacen posible año tras año, con su esfuerzo y trabajo, los desfiles procesionales, auténticas catequesis por las calles de nuestro pueblo.
Gracias a ellos, nuestros sagrados titulares salen a la calle al encuentro del anciano, que por sus limitaciones ya no puede acudir a la iglesia, del forastero, que ha venido a pasar unos días de descanso, del niño, que preocupado por el tamaño de su bola de cera, corretea de un lado a otro mientras comienza a vislumbrar la grandeza de la historia que estas imágenes le cuentan, del alejado de la iglesia, al que el Señor, mirándole a las ojos le preguntará: “Y tú, ¿quién dices que soy Yo?” (Mt 16, 15) o del joven, en cuyo corazón resonará un “Sígueme” (Mt 9, 9), dando sentido a su vida, y de todos y cada uno de nosotros, porque el encuentro con Cristo es personal aunque la fe se viva en comunidad.
Gracias también a los hombres y mujeres de trono, a los portadores y portadoras, porque con su esfuerzo ponen pies a nuestros sagrados titulares para recorrer las calles de Cómpeta, para ir a las periferias, como diría el Papa Francisco.
Y como no, dar las gracias a la Banda Municipal de Música de Cómpeta, con su director Pablo y todos los músicos, por acompañar las procesiones en esta Semana Grande.
Finalmente, gracias a todos aquellos que de una manera u otra hacéis posible las procesiones, cuidando cada detalle para que sean solemnes y dignas.
Despedida.
Este pregón va llegando a su fin, con la certeza de que todo lo bueno que hayamos vivido esta noche, viene de Dios, y si en algo yo me equivoqué, vayan mis disculpas por adelantado.
Para terminar, quisiera darle las gracias a Lourdes, mi mujer, por todo el apoyo que me ha dado durante la elaboración del pregón, a nuestros hijos, Pablo José, María, Lourdes y la pequeña Rocío, por haber acompañado musicalmente estas palabras, a mi cuñado Francisco Javier Criado, por habernos realizado los arreglos en las partituras, a Trini por la decoración, este símbolo del Jubileo de la Esperanza, y a todos los presentes por vuestra asistencia y atención.
Como dije al principio, me resulta muy difícil explicar lo que Cómpeta significa para mí. En las letanías, a la Virgen María se la llama Puerta del Cielo, y quizás estas palabras puedan expresar lo que mi corazón siente cuando voy llegando a Cómpeta, la Puerta del Cielo.
¡Viva Cómpeta y viva su Semana Santa!
He dicho.
Jorge Gómez Moyano.
12 de abril de 2025.